Criada en una pequeña localidad, situada en la región más pobre y remota del país, Micaelly no era ni mucho menos la candidata ideal para lucir algún día el legendario número 10 de la Seleção. Allí, por no haber, ni siquiera había chicas interesadas en jugar al fútbol con ella, y mucho menos un equipo femenino al que apuntarse. Pese a todo, el amor de Micaelly por el fútbol, así como el apoyo de su familia, hicieron que un obstáculo que parecía insalvable se tornara en una empresa factible.

"Mis padres jugaban al fútbol, así que aprendí a dar patadas al balón con ellos", cuenta a FIFA.com. "Después empecé a entrenar con mi tío, que dirigía una escuela de fútbol. En realidad, era sólo para chicos, yo era la única chica. Pero aprendí muchísimo, y creo que aquel entorno me ayudó a convertirme en la jugadora que soy ahora".

Después incluso de que su familia y los chicos a los que frustraba con su juego advirtieran su talento, todavía quedaban más barreras, a cada a cual más insalvable. Al menos en apariencia. La más evidente era logística, ya que Autazes, la ciudad natal de Micaelly, se encuentra en el extenso estado del Amazonas, de clima tropical. "Sólo llegar a Manaos (la capital del estado) me cuesta dos horas y media en coche y barco", explica. "Es lo que tengo que hacer hoy por hoy para jugar en el equipo femenino de allí".

Y eso es solamente para practicar el fútbol a nivel de clubes. Porque las selecciones brasileñas no entrenan en Manaos, sino en Río de Janeiro, a otros 4.000 kilómetros y cuatro horas y media más de avión. No es de extrañar, por tanto, que Micaelly comenzara a plantearse si todos aquellos viajes, y toda aquella soledad, merecían la pena, a pesar de la emoción por que la llamaran para representar a su país.

Persiguiendo un sueño
"Lo peor era estar lejos de mi familia", recuerda. "La echaba mucho de menos. Cuando me convocaron por primera vez para la selección, fue la primera vez que me alejé de ellos. Y fue una experiencia tan dura que, cuando me llamaron la segunda y la tercera vez, no fui. Pero, cuando me llamaron por cuarta vez, dije que sí. Lo hice para perseguir mi sueño y, por supuesto, estoy muy contenta de haberlo hecho".

"Sigue siendo difícil estar tan lejos de mi familia, pero esto es muy importante para mí. Es mi sueño. Y, ahora que estoy jugando un Mundial, llevando esta camiseta y jugando con mis amigas, me doy cuenta de que ha merecido la pena".

Además, Micaelly no sólo está jugando, sino que está brillando con luz propia. Su fantástica vaselina dio el triunfo a Brasil en su estreno, en un duelo complicado contra Nigeria, campeona de África, y la centrocampista confía en seguir en esta línea.

"Creo que sólo ha sido el primer paso para nosotras", afirma. "El seleccionador nos ha dicho que, si entrenamos bien, seremos capaces de cualquier cosa en este torneo. Yo opino lo mismo. Ya que estamos aquí, vamos a intentar llegar a la final y ganar este título por primera vez".

Teniendo en cuenta que Brasil nunca ha llegado a las instancias decisivas en este certamen, da la impresión de que Micaelly ha puesto el listón muy alto. Pero si alguien sabe lo que significa dejar al margen las expectativas y la lógica para perseguir un sueño, ésa es ella.

 

 

 

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